Mi primera cesarea nunca sabré si era necesaria o no. Empecé rompiendo aguas, pero por suerte al poco tenía contracciones y llegué al hospital con dinámica de parto. Me equivoqué de especialista. El trato fue muy desagradable, se hizo todo lo que yo no quería que se hiciera, no se me dio tiempo ni libertad de movimiento y acabé al cabo de 4 ó 5 horas de entrar en el hospital entrando en quirófano para que me realizaran una cesarea porque el médico temía por la seguridad de mi bebé, dijo.
Fue una experiencia muy desagradable y traumática para mí. Por suerte, mi hijo me ayudó a superarla.
La experiencia me sirvió para cambiar de hospital para que naciese mi segundo hijo. Decidí ir por la seguridad social (la vez anterior fue un médico privado) al Hospital de la Maternidad de Barcelona. En la visita de las 32 semanas con la matrona, presenté mi plan de parto y hablé con ella de mi experiencia anterior y de mis deseos en cuanto al parto. Me comentó que no habría ningún problema en respetar mis deseos y me enseñó el protocolo de parto natural del hospital, que coincidía bastante y en lo principal con mi plan de parto. El problema, me comentó la matrona, sería que por lo que fuese yo no me pusiera de parto en según qué circunstancias y me tuviesen que inducir. En ese caso primaría para ellos mi seguridad y la de mi bebé, ya que por mis antecedentes yo sería partera de alto riesgo. Comprensible. Mi útero ya tenía una cicatriz "gracias" al doctor que me atendió mi primer parto.
El martes 14 de octubre sonó mi despertador a las 8 menos 10 como cada día, para llevar a mi hijo de 3 añitos al colegio. Justo en ese momento noté como un líquido descendía por mis piernas. Parecía que estaba rompiendo aguas pero no estaba segura ya que la vez anterior fue como una explosión de líquido grande. Esta vez era poquito líquido. Además no tenía ningún tipo de contracción ni señal de parto. Decidí esperar y por si acaso no llevé a mi hijo al colegio. Quería que estuviese con nosotros todo el tiempo que fuese posible hasta la llegada de su hermanito (o hermanita, en ese momento aún no sabíamos el sexo del bebé aunque yo estaba segura de que era un nene). Al poco tuve la certeza de que había roto aguas ya que no dejaba de salir líquido, y ahora era con más intensidad. Me puse a caminar por la casa y a decirle a mi bebé que llegaba la hora de que saliese y que tenía que empujar un poquito para podernos ver a todos. A ver si así conseguía tener contracciones. No conseguí nada. Decidí entonces ducharme, desperté a mi marido y decidimos ir a comer algo y luego tranquilamente al hospital.
Cuando llegué al hospital me confirmaron que había roto aguas. Les expliqué mi intención de parto natural y me dijeron que no habría problema si me ponía de parto, pero había que esperar y ver como iba todo. Me asignaron habitación y me informaron que esperarían hasta las 21:00 para ver cómo iba todo, pero sino tendrían que empezar la inducción. También me informaron que para evitar riesgo de infección, teniendo la bolsa rota, tendrían que ponerme antibiótico.
Mandé a mi marido y a mi hijo a comer y me concentré en seguir hablando con mi bebé, intenté relajarme intentando pensar en otras cosas, me paseé por todo el hospital para ver si caminando conseguía ponerme de parto. Pero no hubo manera de tener ni una triste contracción fuerte. Sólo conseguía como mucho las contracciones que llevaba tres semanas sintiendo y que no iban a hacer que me pusiera de parto.
Estuve con mi marido y mi hijo hasta las 21:30, hora en que me bajaron a la sala de dilatación.
Vino un médico a ver como iba. Vieron que seguía sin contracciones y que no estaba dilatada, apenas le pasaba la punta del dedo, comentó. Me pusieron entonces una cuerdecita extraña dentro y me explicaron que eso iba soltando una substancia que esperaban me ayudase a borrar el cuello del útero y a ponerme de parto. Todo me lo explicaban antes de hacerlo, me explicaban por qué lo hacían y como iban a hacerlo, de forma muy suave. Las matronas además me trataron todas con mucho mimo. Estuve allí dos horas monitorizada por si empezaban las contracciones y para ver si el bebé reaccionaba bien ante esa substancia. Como no hubo cambios, me subieron a la habitación y me dijeron que aprovechara para descansar. Que no me obsesionara con el tema, que me relajara. A ver si tenía suerte y por la noche me ponía de parto.
Para ese entonces mi hijo se había ido a dormir con sus abuelos. Me preocupaba como se lo iba a tomar pero mi costillo me explicó que se había ido la mar de contento diciendole a su abuela: "Nonna, me tienes que hacer un biberón de cola cao como me hace mami, y me tienes que contar un cuento."
Mi costillo se fue a dormir al coche porque el sillón que había en la habitación parecía más para una tortura china que para descansar. Se llevó el móvil y quedé en avisarle si algo cambiaba.
Durante la noche fui durmiendo a ratos. En algún momento me despertaban algunas contracciones pero no eran fuertes, simplemente como una regla dolorosa. Intenté descansar al máximo y relajarme.
A las 7 estaba mi costillo otra vez conmigo. Me dijeron que después de desayunar me bajarían a partos. Desayuné un poco y me bajaron.
Entonces me comentaron que debían empezar la inducción fuerte ya que no me ponía de parto y seguía sin dilatar. Me explicaron que me iban a poner oxitocina y que tenían que tenerme monitorizada por el riesgo que conllevaba la inducción en mi caso y por la seguridad de mi bebé, aunque la comadrona fue muy amable y me dijo que si el monitor se oía bien podría ponerme de pie, aunque creía que no me iba a sentir mejor en esa situación. Me preguntaron si querría anestesia y les dije que no.
A las 9 y algo empezaron entonces las contracciones por la oxitocina. Mi marido estuvo ahí todo el rato, animándome y distrayéndome. También las comadronas, quienes iban entrando para ver cómo me encontraban yo. Me decían todas que era muy fuerte y que estaba aguantando muy bien, pero que si me cansaba, cosa normal por las horas que podía llevar todo, que no dudase en pedir la anestesia, que sería del todo justificable que la pidiese y que quizás podría ayudarme. No la quise en ningún caso. Siempre les decía: "Creo que aún puedo aguantar más". Y seguía con mi subida y bajada en cada contracción que llegaba.
Al mediodía eran muy fuertes y seguidas. Vinieron a hacerme un tacto y apenas había dilatado un poquitín. Ahora pasaban casi dos dedos, me dijeron. El bebé había tenido algún que otro bajón en el monitor de su latido, pero como había vuelto a la normalidad me dijeron que no me preocupara, pero que si volvía a hacer esos movimientos raros quizás deberían monitorizar su latido de forma interna para asegurarnos que estaba bien.
De vez en cuando pedía ir al lavabo y entonces las comadronas me dejaban un ratito sin monitores para que pudiese moverme, aunque a esas alturas muchas veces me temblaban las piernas y prefería estar tumbada.
Sobre las 14:30 vino la ginecóloga de ese turno y me explicó que como mi parto no avanzaba necesitaban poner un monitor interno que les iba a dar información fiable de la intensidad y frecuencia de mis contracciones. Así sabrían si tenía contracciones "buenas" pero no dilataba o si las contracciones no eran lo suficientemente intesas. Con esa monitorización esperarían unas 2 o 3 horas para ver como avanzaba mi parto. Comprobaron entonces que las contracciones eran buenas, muy intensas y a buen ritmo. Me felicitaron por lo bien que lo llevaba, aunque tuve mis momentos de debilidad, el dolor era tan intenso...
Me dio muchísima fuerza mi Urusebito, mi marido, a mi lado siempre, animándome y apoyándome.
Las comadronas también me animaban. En especial recuerdo a Carmen y a María. Carmen me miraba con el cariño de una madre, dándome ánimos y diciéndome que podía pedir la epidural cuando quisiera, que había sido muy fuerte. No recordaba en mucho tiempo haber visto a alguien aguantar esas contracciones durante tanto tiempo y sin apenas oirme. Yo me quejaba flojito porque así me salía de dentro. De hecho a veces me metía la cabeza debajo de la almohada, era como si así me doliese menos. María era una chica joven. Me comentó que trabaja también en Titania, una organización que asiste partos en casa, y me intentó ayudar diciéndome que me imaginase que me abría, que pensara en cosas que se abren. También me animó a gritar. Dijo que igual me ayudaba, pero a mí no me salía de dentro y preferí seguir con mis gemidos quejicosos.
María me animaba también a ponerme la epidural. Me comentó que ella era contraria de la anestesia, como yo, pero que creía que en mi caso quizás me ayudase a relajar el útero y a dilatar, que por intentarlo no perdía nada. Se reía comentando que si la veían sus compañeras recomendando la epidural con lo contraria que era ella se iban a reir, pero no encontraba ya de qué manera podía ayudarme. Decidí esperar un poco más, aún podía aguantar, me decía todo el rato.
A las 5 de la tarde vino el ginecólogo de ese turno a ver cómo iba. Seguían pasando solo dos dedos, no dilataba. Me hundió un poco, estaba esforzándome tanto y no conseguía nada. Me derrumbé y lloré un rato. Necesitaba desahogarme. Todos me dieron ánimos y me dijeron si quería seguir esperando. Les dije que sí, que iba a aguantar un poco más. Pero mi ánimo ya no estaba tan fuerte. Llevaba todo el día aguantando ese dolor y no conseguía abrirme para que saliese mi bebé.
Sobre las 6 volvió el médico. Comentó que no veía buena salida a mi parto. Que ellos llamaban a mi caso una inducción fallida y que no me ponía de parto. Sólo veía una salida: la cesarea. Comentó que si yo quería podía seguir esperando y ellos conmigo, pero cada vez el riesgo era más alto para mí y para el bebé. Sobre todo para mi útero, que no era bueno forzarlo ya que tenía la cicatriz de mi anterior cesarea. Si estuviese de 5 cm él sería partidario de esperar y aún tendría esperanza en que pudiese tener un parto vaginal, pero apenas llegaba a 3 cm de dilatación y sinceramente él no creía que fuese a dilatar mucho más. Estuvimos sopesando la situación, entre las comadronas que habían estado conmigo todo el día, el doctor y mi costillo y finalmente decidimos que lo mejor era hacer ya la cesarea pues parecía que era la única salida al nacimiento de mi bebé. Me animaron y apoyaron todos ya que en ese momento me sentí bastante triste y decepcionada. Pero me habían dado tiempo, habían intentado ayudarme y yo había hecho todo lo que había podido para que mi bebé naciese, pero parecía que esta vez tampoco podría ser.
Sobre las 6 y media entré en quirófano, mi costillo me esperaba fuera con mis padres que acababan de llegar. Cuando entré dije: "Soy defectuosa para parir", es como me sentía. Pero tanto María, la comadrona, como el doctor me dijeron que no debía pensar eso. Esta vez había roto bolsa sin contracciones pero nada me decía que no pudiese tener en un futuro un parto natural si me ponía de parto de forma natural. No tenía que pensar eso, me decían. Todos me decían palabras amables mientras los doctores iban haciendo lo suyo en mi barriga.
Un doctor dijo en un momento: "Mira, voy a sacar la cabecita ya de tu bebé. ¿Tú que decías que era, nene o nena?". "Nene", le dije yo. Y dijo: "Mira, ya llora, sale llorando. Y es... nene!!!" Me lo enseñaron y se lo llevaron rápidamente para limpiarle y vestirle. Me había prometido María que me lo traería rapídisimo para que lo tuviese conmigo pero que al ser cesárea no me lo podían dar solo sacarlo. Era tan precioso. Cuando lo vi por primera vez dije: "Es igual a su hermano cuando nació. Tan guapo". Y era verdad. Me lo trajeron en seguida vestidito y me lo pusieron encima, con ayuda de las comadronas porque entre la vía y los cables que tenía no podía moverme bien. Era tan bonito, tan suave y olía tan bien. Dejó de llorar desde el momento en que me lo pusieron encima. No lo oí llorar más en mucho tiempo. María comentó: "Es maravilloso ver como se calman con su mamá, como la reconocen."
Al cabo de un ratito les pedí que lo llevaran un momento con su padre mientras me cosían para que lo viera. Se lo llevó María. Volvió al poco, no recuerdo cuanto porque creo que me estaba durmiendo en ese momento, estaba tan cansada. Comentó que su papi había dicho lo mismo que yo, que era igual que Martín cuando nació. Me cosieron muy rápido, yo todo el rato con mi bebé encima y me llevaron al control post operatorio.
Allí una enfermera me ayudó a ponermelo al pecho y Matías se enganchó en seguida. Entonces dejaron entrar a mi Urusebito con Martín. Fue un encuentro precioso. Martín se quedó impresionado y apenas decía nada. Acarició suavemente la manita y la carita de su hermano. Matías seguía mamando pero miró a su hermano tranquilo. Parecía que le conocía de siempre y que sabía que era su hermano.
Así nació Matías, mi segundo hijo. No pudo ser un parto natural como yo quería, pero estoy muy contenta con el trato recibido en el Hospital de Maternidad. Me siento bien conmigo misma porque esta vez siento que me han dado tiempo y que hice todo lo que pude. Y soy muy feliz de tener a dos hijos como los que tengo, soy muy afortunada.
3 comentarios:
Hola,
Acabo de descubrir tu blog... me ha parecido precioso el relato de tu parto, me he sentido identificada en muchas cosas, aunque yo gracias a Dios tuve parto natural (con epidural, ya que me pusieron oxitocina sin consultarme)... pero me has hecho emocionar! :)
Precioso tu relato. Cómo me recuerda al nacimiento de Alba, mi hija. Mi mujer lo pasó también mal, se identificaría mucho contigo, sólo que en nuestro caso el saber esperar dio su fruto. Me alegro de que lo intentases con esa fuerza y de que tomases la decisión que tomaste cuando la cosa se complicó demasiado.
Te animo a leer "nuestro" parto de mano de mi mujer en http://rincondealba.blogspot.com
Mucha suerte con tus hijos...
Vaya, mi mujer no me lo perdona fijo... me equivoqué al darte la dirección anterior.
http://rincon-alba.blogspot.com/
esa sí es la buena...
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